El técnico alineó en San Siro un 3-4-3, sistema que definió al holandés al frente del Barça
Técnico que discute con lo convencional e intervencionista como pocos,
siempre dispuesto a tomar decisiones, Pep Guardiola presentó ya en el
primer partido de esta Liga, frente al Villarreal, una línea defensiva
de tres, que no de tres zagueros, toda vez que Mascherano y Busquets,
dos mediocentros, completaron la retaguardia junto al lateral Abidal.
Sin Piqué, Puyol ni Alves por imposición, y sin Xavi ni Villa por
decisión técnica -todos teóricos titulares-, la apuesta le salió redonda
al Barça, exento de apuros para sacar la pelota, sin problemas para
contener el caudal ofensivo del rival. Resultó que los defensas estaban
en campo adverso, con Messi, Pedro y Alexis como primer incordio, como
una barrera infranqueable. El 3-4-3, toda una apuesta cruyffista,
expresa una vez más la voluntad del técnico de sorprender al rival, de
configurar un equipo incómodo, de esos complicados para pillarles el
truco. "Sin la capacidad de sorpresa, estamos muertos", reflexiona
Guardiola. A cada año da un giro de tuerca hasta dar con la tecla, hasta
encontrar, ahora, la versión Barcelona 4.0.
Obsesionado con la mejor evolución del juego azulgrana, para Guardiola
hay ciertos axiomas definitivos: el equipo se despliega a través del
balón; en el área no se está, sino que se aparece; la posesión es la
mejor arma para desarticular al rival; el fútbol es de los
centrocampistas; y, entre otros muchos y sobre todo, el equipo se tiene
que acomodar a Messi, su centro de gravedad, en la misma medida que La
Pulga se acomode al equipo. Para lograr esto, Guardiola puede utilizar
su ya recurrente 4-3-3, el ocasional 4-4-2, y el clásico azulgrana pero
atrevido 3-4-3. "El sistema solo es un punto de partida. Es algo
flexible", argumenta el entrenador. Pero en el Barça todos hacen de
todo, hasta el punto que no es raro ver a un delantero iniciar la
defensa como que un zaguero le ponga el lazo final a la jugada. Es el
sello modernista del Barça, la firma de Guardiola. Mientras al dream
team le alcanzaba con la genialidad de una estrella, mientras que al
grupo de Robson y de Van Gaal se les recuerda especialmente por las
figuras de Ronaldo y Rivaldo; mientras al equipo de Rijkaard se le
señala como la pandilla de Ronaldinho; a este Barça, más que por Messi,
el mejor de todos, se le ensalza por el juego colectivo, hasta el punto
de que se exportan los éxitos a la selección española, donde no
participa el astro argentino. Pero para que todo funcione, en esa mezcla
de vena holandesa con catalana, Guardiola persigue siempre la versión
nueva, la que sorprende.
La raíz de Cruyff. Acostumbrado a mirar ya desde muy joven al
fútbol centroeuropeo, y especialmente a los equipos húngaros, austriacos
y checoslovacos, el Barcelona se convirtió en un fiel seguidor de la
escuela del Ajax y oranje, siempre con los mentores Stefan Kovacs y
Rinus Michels a la cabeza. Desde que llegara El Flaco al banquillo, el
Barça entendió el fútbol como un juego de ataque y se distinguió tanto
por su facilidad por concebir la jugada como por la velocidad en que la
ejecutaba. Lo primero que hizo -idea que adoptó Guardiola porque ocupó
el puesto, pero que después le dio un vuelco-, fue crear la figura del 4
(Milla). Después, instauró una columna vertebral -Zubizarreta, Koeman,
Guardiola, Bakero y Laudrup- inamovible con las permutaciones en la
periferia, con el intercambio centrales, de volantes o de extremos. Un
3-4-3 que permaneció hasta que llegó Romario, hasta que, ya con la
Quinta de Lo Pelat, el técnico fue desterrado.
Quedó claro, sin
embargo, que la propuesta de Cruyff admitía una concesión en el juego:
igualar el número de sus zagueros con el de los delanteros adversarios,
una argucia que tendía a lograr que los peores de su equipo anularan a
los mejores del rival para que decidieran los que son buenos de verdad.
Una apuesta que imitó Guardiola frente al Villarreal, con la diferencia
de que este Barça apenas se inquietó atrás; la presión adelantada, con
el reparto posicional y con el esfuerzo colectivo y generoso, algo que
define y destaca a este equipo sobre el de Cruyff, donde las divos
actuaban como tales.
Retales de Robson y Van Gaal. Pocos
entienden tan bien como Guardiola a la afición azulgrana del Camp Nou,
que abucheaba a Robson cuando sustituía a De la Peña por Couto. También
le llegó la rechifla del estadio cuando ponía al central Popescu de
medio centro. Guardiola, sin embargo, comprende el fútbol al revés, al
punto de que sitúa a los medios como centrales. Y con Van Gaal, con
quien reconoció haberse hartado hablar de fútbol, absorbió también
conceptos, sobre todo referentes al juego posicional.
La figura del Piojo López, un tormento al que no se supo detener,
condicionó a ese Barça, toda vez Van Gaal aplicó circunstancialmente el
3-4-3 para tirar del cuaderno cruyffista y de la referencia del Ajax.
Dos marcadores y un libre, dispositivo que permitía ganar un
centrocampista. Lo probó en amistosos como el Hertha Berlín y Boca, sin
éxito, y repitió en la Supercopa ante el Valencia, con el mismo destino.
Por lo que regresó al 4-3-3, con Rivaldo de 11, extremo y víctima del
método. Aunque más metódico y menos liberal en la pizarra, Van Gaal
instauró los dos laterales fuertes, inauguró la transición de Xavi y
Puyol, y persiguió la idea de aprovechar los extremos. Un dibujo cercano
al de Guardiola, pero interpretado por muchos holandeses y, por
consiguiente, poco identificado por la romántica hinchada azulgrana.
El modernismo de Rijkaard.
Su fútbol solo cogió forma desde que el incombustible Davids, alguien
quien entendía cada jugada como un reto definitivo, llegara en el
mercado invernal de 2003, cuando ya se daba por descontado su adiós y el
relevo de Scolari. Ganó el equipo un medio a la vez que perdía un
delantero y traspasaba a Ronaldinho al flanco izquierdo. Una alteración
decisiva porque el balón tuvo dueño, porque se le ponía punto y final al
juego cuando lo dictaba Ronnie, más participativo con libertad de
movimientos. "La ley del fútbol consiste en saber juntar al equipo y
negarle el espacio al rival", defendía Rijkaard. Algo posible con la
nueva definición del 4 que le dio al Barcelona.
Aunque también
utilizó el 3-4-3 en La Romareda en un decisivo partido de Copa, con
Oleguer, Puyol y Thuram en la zaga, siempre prefirió el 4-3-3 porque
sugería que los extremos eran lanzas definitivas, porque prefirió tener
más jugadores en territorio ajeno. "Lo más difícil en el fútbol es saber
jugar arriba, en campo del rival", esgrimía.
Guardiola, desde atrás y con los extremos a pie cambiado.
En el primer curso del técnico al frente del Barça, después de
descartar a futbolistas como Deco y Ronaldinho -a Eto'o lo readmitió-
porque consideró que preferían la juerga al balón, se vieron tintes
cruyffistas de buenas a primeras, hasta el punto de que pareció que
ningún equipo había interpretado antes mejor el fútbol total del Ajax de
los setenta.
Pero el técnico revisó y remozó los conceptos de su
inspirador, más acordes al juego actual, más físico y con más ritmo, con
menos tiempo para ejecutar el pase. El fútbol pasó a ser más
equilibrado y metódico, más solvente. Y para Guardiola no hay pase más
importante que el primero. "Si ese toque es bueno, todo es más fácil",
conviene el técnico. Por eso Piqué se ganó un sitio en la zaga, por su
capacidad para provocar al delantero y por crear un hueco en la
siguiente línea. Y por eso, en la final europea, dadas las numerosas
bajas, prefirió alinear de central a un medio centro (Touré) que otro
zaguero. Alves, al tiempo, se reafirmó como un lateral de recorrido,
como un jugador que rompía a la zaga contraria. "Porque cuando sube,
rompe y sorprende", reflexionaba Guardiola. Y la banda derecha, con
Messi a pie cambiado, como hacía Cruyff con Stoichkov, se convirtió en
un espectáculo, en un ciclón que nadie pudo frenar, como se atestiguó
con la consecución del triplete por primera vez en la historia de la
Liga.
El recurso del juego directo. Preocupado porque el
Barça se podía volver previsible, Guardiola decidió fichar a dos
jugadores que parecían no casar con la filosofía del fútbol instaurado.
25 millones por Chigrinski; 45 más Eto'o por Ibrahimovic. La idea del
técnico no era otra que proponer una alternativa al juego en situaciones
extremas, una variante para resquebrajar y, de nuevo, sorprender a los
rivales.
Con buen pie para el desplazamiento, Chigrinski estaba
llamado a dar la salida limpia de la pelota, pero, sobre todo, a lanzar
balones de 50 metros en busca del generoso pecho de Ibra, que arrastraba
a los defensas y originaba huecos con sus movimientos, que podía
rematar por arriba unos centros que se resistían a llegar. Chigri no
cuajó en el Camp Nou, que le cogió ojeriza y nunca le perdonó la derrota
con el Sevilla la noche de Reyes. E Ibra sí que resultó capital en
fases del campeonato, pero no hizo migas con el grupo y tampoco con
Messi, el mayor de los pecados. Su aventura duró un año, lo que tardó
Guardiola en reinventar la fórmula. Sí que se quedó como arma válida,
sin embargo, los dos pasos atrás de Busquets para situarse en la línea
de los centrales, para ayudar a dar la salida desde atrás. "Hay más
centrales, más vías que marcar, por lo que multiplica las opciones de
pase", resuelve Guardiola. Pero se pierde protagonismo en la medular,
algo que este año considera decisivo.
Villa como síntoma.
"Parece que no me entiendo con los delanteros centros", bromeó un día
Guardiola, sabedor de que su relación con Eto'o e Ibra no había sido la
mejor. Y se trajo a Villa, de quien se presuponía su facilidad para
adaptarse al grupo porque se mueve como pocos a las espaldas de la zaga,
porque se desmarca sin cesar. Pero en una nueva remodelación, Guardiola
prefirió colocar a Messi como delantero de postín, al estilo Cruyff con
Laudrup. El resultado y el éxito fue inmediato, toda vez que Leo pasó
de ser el Balón de Oro a la Bota de Oro, un estilete definitivo. Y, ya
suelto, incluso ejerció de trampolín del equipo, como el futbolista que
daba el último pase.
La recolocación de La Pulga supuso la
reubicación de Villa al extremo izquierdo, como hicieran Rivaldo y
Ronaldinho en su día. Se le alejó de la portería para acercar a Messi.
"David nos da un plus ahí porque arranca desde fuera y gana las espaldas
de los rivales", apuntó Guardiola.
El penúltimo retoque.
"Nos aportan algo distinto", remarcó Andoni Zubizarreta, el director
deportivo, al traer este verano a Cesc y Alexis. Dos piezas a ensamblar,
dos nuevos recursos dentro del nuevo arreglo de Guardiola al juego de
siempre, que pasa por el poder de la medular, la profundidad y,
presumiblemente y de vez en cuando, el 3-4-3. Quiere desborde, regate,
competitividad: ha aumentado el núcleo de titulares y de variantes.
"El
fútbol es de los centrocampistas", defiende el técnico azulgrana, que
ya lo tenía claro en tiempos de Luis Aragonés como seleccionador, cuando
solo tenía a Raúl y le sobraban los medios de calidad. "Ponga a
mediocampistas", le decía, sin demasiado éxito. Y eso hace ahora con el
Barça, donde se acumulan los medios, sobre todo con la llegada de Cesc y
el ascenso de Thiago. La idea es que desde el eje del campo se mantenga
la posesión del balón, que se reparta con equidad a ambos costados, que
se rompa desde la segunda fila y que, en definitiva, se vuelva un poco a
los orígenes -parte de la culpa la tiene Tito Vilanova, que actúa como
Rexach con Cruyff, que conoce los chicos de la casa- de la generación
del 87, cuando la pelota la sacaba desde atrás Piqué, cuando la
impulsaba desde el centro Cesc y la punteaba Messi. Ahora se incorpora,
además, Alexis, un extremo profundo, de esos que dan vértigo al juego,
que tira el quiebro sin complejos y saca centros a mamporro.
La
modificación también pasa por el dibujo. Aunque jugar con tres zagueros
no es nuevo ni para Guardiola, que lo aplicara de inicio contra el
Villarreal -por más que también lo justificara por las bajas- supone una
nueva revolución. Parece una propuesta con continuidad, toda vez que en
las demás ocasiones que lo practicó se tildó de circunstancial. "Vimos
que el rival jugaba con tres centrales, por lo que adelantamos a Alves",
señaló hace un par de cursos en un duelo ante el Zaragoza, como si se
tratara de una consecuencia lógica, al más puro estilo cruyffista.
También lo ejecutó por momentos ante el Espanyol y el Athletic, pero
siempre con la idea de que así podía hacer más daño. Ahora, sin embargo,
también lo hace porque puebla más la medular. Cesc, Xavi, Thiago,
Iniesta, Busquets y Keita toman el mando de nuevo. "Este sistema es de
Cruyff", concede Guardiola; "pero lo importante es dominar, tener la
pelota y atacar. La táctica la hacen buena los jugadores", esgrimió la
semana pasada. Él, por si acaso, la retoca para que nadie dé con la
fórmula. Y, como se vio en San Siro, parece funcionarle.